Tierra de nadie

de Harold Pinter. Dirección Hector Manuel Vidal

Estreno: 2 de marzo de 1983. Sala Verdi

Ionesco y Beckett rompen categóricamente con las formas tradicionales del teatro. Para una nueva visión de la realidad se necesita, según ellos, una nueva estructura estética. El espectador, una vez pasado el primer momento chocante, sabe que cualquier cosa puede casar en aquel universo, que las leyes que gobiernan ese mundo no son las nuestras. Esa realidad puede ser una alegoría, una sátira de la nuestra, podemos reconocernos en ella, pero sabemos de inmediato que se está combatiendo la posición naturalista en el teatro, se está tratando de romper la concepción de un mundo racional, donde los personajes siempre contestan sin vacilación a las preguntas difíciles, donde hay un conflicto y éste es siempre claro, donde hay acciones que tienen principio, medio y fin.

Peró el éxito del teatro del absurdo de Beckett, Genet, Ionesco, demuestra que el público al cual se dirige y al que ataca es perfectamente capaz de aceptar ese nuevo teatro sin problemas. Le quita su puesto de vanguardia mediante el simple procedimiento de ubicarlo de nuevo en el mundo tradicional. El nuevo teatro es simplemente el antiteatro, la negación de las visiones anteriores. Como tal, tiene su lugar en el universo. Se lo acomoda en un rincón; se procede a entender racionalmente aquello que va en contra de la razón; se paga una entrada por ver un mundo al revés. La vanguardia deja de serlo. Se lo rebaja a la categoría de niño traviso que, en vez de ser castigado, recibe una sonrisa y un caramelo. La vanguardia reacciona buscando formas más terribles, más crueles, más exageradas. Esto no quiere decir que no haya detrás de esta dramaturgia una seria visión artística.

Pero Pinter sigue otro camino. Conserva varias categorías tradicionales. Su labor es más insidiosa, ya que destruye al teatro tradicional por dentro, incorporando el absurdo a un mundo que es aparentemente coherente y real. Por eso siempre parte de una primera situación muy realista, aburrida y banal, para luego introducir elementos extraños e inclasificables en aquel universo que parecía tan simple y tradicional, tan facil de situar y comprender.

Siéntese cómodamente en su butaca,  he aquí  un mundo perfectamente normal. Aquí no hay deformación del lenguaje como en La Cantante Calva; aquí no hay damas enterradas en la arena como en Oh, los días felices; no hay salvajes ritmos desquiciadores en Los Negros; ni hombres tratados como si fueran monos como en Acto sin palabras. Usted está bien aquí. Nada puede ocurrirle o perturbarle.

Ariel Dorfman

 

Elenco: Claudio Solari, Dumas Lerena, Delfi Galbiati, Juan Carlos Worobiov

Escenografía: Osvaldo Reyno

Iluminación: Carlos Torres

Traspuntes: David Nirenberg, Nelson Lence

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