Un marido ideal

de Oscar Wilde. Dirección Jaime Yavitz

Estreno: 2 de octubre de 1994. Teatro Solís

El 3 de enero de 1895, cuando Oscar Wilde estrenó en Londres "Un marido ideal", Inglaterra tenía al mundo en el bolsillo. Los señores que se sentaban  en la Cámara de los Comunes decían que el imperio británico era el único modelo de hegemonía comparable al que los romanos habían afianzado dos mil años antes, pero en los teatros del West End las clases altas preferían un discurso menos solemne: se divertían viéndose reflejadas en el escenario. Como humorista irlandés, Wilde era una especie de huésped de esa sociedad arrogante y soberana: hacia 1895 podía considerarse enormemente halagado por el trato que le daban sus anfitriones. Tenía éxito colosal con sus comedias y a través de su ingenio y de su fama tenía además una puerta de acceso al gran mundo, en el que sucedían las cosas que a él lo atraían: "Todo lo que importa ocurre en los sitios donde están las duquesas", decía con esa mezcla de sarcasmo y avidez que permite identificar a un snob.

Wilde, que se codeaba con la aristocracia como un advenedizo capaz de proveer bienvenidas cuotas de entretenimiento, era tan inteligente que podía convertir en epigramas el fruto de su afanosa curiosidad por la vida de los poderosos. En casos similares, el resultado suele ser menos fulgurante y más desairado: incluso en Marcel Proust, el deseo de ser recibido y apreciado por la alta sociedad, delataba una veneración que era el eco lejano del vasallaje, lo cual es frecuente en el comportamiento y en las opiniones de un snob. Pero Wilde podía triunfar sobre esa seducción porque tenía el ojo perforador de su espíritu crítico y el arma devastadora de la paradoja. Con esa artillería retrató en sus comedias teatrales a toda una clase, una mentalidad, un modo de vida y una moral, y lo hizo con una perversidad solo aterciopelada por el sentido del humor.

Sin saberlo, estaba vengándose por adelantado de una gente que lo loquidaría poco después en un proceso judicial escandaloso que lo haría saltar desde los salones de Mayfair a la carcel de Reading. El éxito lo había hecho creer que podía permitirse los mismos atrevimientos de conducta que observaba todos los días en las grandes familias inglesas:  el brutal revolcón de su vergüenza pública, su condena y su ostracismo, le demostró en cambio, que aquella sociedad era un mundo cerrado donde el outsider debía hacer méritos para mantenerse a flote y donde sólo los titulares gozaban de impunidad, ejercitando el privilegio de tomarse la libertad que se les ocurriera sin correr peligro. Un intruso imprudente era expulsado, y así sucedía aunque se tratara del mejor comediógrafo del momento. Por eso Proust demostró ser más cauto, ateniéndose a las reglas de un juego discrimitatorio que sólo resultaba humillante cuando se le transgredía, porque entonces quedaba a la vista el desamparo del intruso. Las eventualidades eran temibles sobre todo cuando las desventajas no derivaban solamente del origen social sino también de la homosexualidad.

Este irlandés colonizado, pavoneándose entre la gente más elegante de la metrópoli, produjo un tipo de sátira condicionada a la vez por la hipnosis  que le provocaba el poderío irresponsable de los ricos y por la lucidez con que veía sus estupideces y crueldades desde afuera. Fascinado y burlón a la vez, incrustó en sus comedias el problema de los hijos bastardos, las madres deshonradas, las identidades falsas, los negocios fraudulentos y las grandes estafas, como parte de una monstruosidad revestida de esplendor. Se animó a denunciarla bajo el manto apaciguador de la ironía, y lo manejó con tal maestría que arrancó el aplauso de la misma clase que desenmascaraba. Fue un acto de magia, aunque finalizó con un porrazo. Allí los distinguidos espectadores de 1895 le dieron su merecido.

Cien años después, la gloria de sus réplicas, la malicia de sus escenas y el destello de sus dardos verbales siguen vivos, mientras la rigidez victoriana que lo fulminó ha pasado a la historia y las duquesas que alguna vez lo festejaron dese la platea del "Haymarket" han pasado al cementerio.

Jorge Abbondanza

 

Elenco: Silvia Carmona, Estela Medina, Juan Alberto Sobrino, Marina Sauchenco, Gloria Demassi, Armando Halty, Miguel Pinto

Actores invitados: Francisco Murell, Ana Rincón, Rafael Pence, Nubel Espino, Carla Moscatelli, Alicia Garateguy, Rossana Spinelli, Leonardo Lorenzo.

Co - dirección: Miguel Pinto

vesrión y traducción: Jorge Abbondanza

Escenografía: Claudio Goeckler

Vestuario: Soledad Capurro

Iluminación: Carlos Torres

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