Armando Discépolo

El prestigioso autor y director argentino Armando Discépolo fue invitado a dirigir la Comedia Nacional entre 1948 y 1952. Puso en escena los primeros textos de Pirandello a quien además tradujo. Su labor como director de actores fue considerada fundamental.

 

Creador del grotesco rioplatense en obras como Mateo, El organito, Stéfano, Relojero, después de una extensa trayectoria como autor y director Armando Discépolo dirigió la Comedia Nacional Argentina hasta 1947 en que fue intervenida por el gobierno peronista. 
Justino Zavala Muniz propuso a la Comisión de Teatros Municipales contratar directores extranjeros para el montaje de algunas obras de la temporada de 1948. Se consultaron en Buenos Aires a Cunill Cabanellas, Enrique Gustavino, Esteban Serrador, Armando Discépolo y Margarita Xirgu. (*I)
Discépolo vino a Montevideo para dirigir Enrique IV del dramaturgo italiano Luigi Pirandello (ver nota aparte). Durante su permanencia en Montevideo vivió en la calle Rondeau y Paysandú. Mientras su hermano menor, Enrique Santos, adhirió al peronismo, Armando fue opositor aunque regresó a Buenos Aires en 1953.

Según Pignataro (*II) Discépolo ha sido:
Ampliamente estudiado y analizado por considerársele uno de los pilares del teatro argentino, extendió su oficio y su magisterio también al Uruguay; y es prácticamente fundador del grotesco rioplatense, derivado del sainete criollo y en paralelo con muchas obras de Luigi Pirandello. 
Para Enrique IV, traducida por el mismo Discépolo y primera versión castellana del texto de Pirandello, se contrató a Santiago Gómez Cou, actor uruguayo que residía desde hacía varios años en Buenos Aires.

Según el cronista de El Día, Discépolo estaba entusiasmado con el elenco:
Viéndolo dirigir en estos días los ensayos de Enrique IV hemos reconocido y admirado aquel magnífico fervor, su aguda sensibilidad artística y su profundo conocimiento del oficio. No solo es un artista, sino también un maestro y como tal se le ha acatado por todos los elementos de la Comedia Nacional que sabiamente dirigidos habrán de ofrecernos esta noche un gran espectáculo. 
Discépolo nos ha hablado con entusiasmo de nuestra Comedia nacional, que le inspira grandes y nuevas esperanzas. Elogia el fervor y capacidad de todos sus elementos y el entusiasmo de sus integrantes. El material humano agrega- es de primer orden, y se complace además en reconocer que ha encontrado inmejorables compañeros de labor de singulares luces como el bocetista arquitecto César Martínez Serra, como el realizador de los decorados, Enrique Lázaro, como para la confección de los vestuarios, utilería, maquinaria, luces etc, actuando todos como equipos bien organizados con sus jefes responsables(...) Espera obtener digna y noble interpretación para su versión de Enrique IV y agradece particularmente a la Comisión de Teatros Municipales y en especial modo a su presidente Justino Zavala Muniz la acogida cordial que se le ha dispensado, la forma en que se ha facilitado su labor, poniendo a su disposición todos los elementos necesarios.
 (*III)

Fue un gran éxito y de forma unánime se consideró un gran paso de superación para el elenco oficial.
La dirección de Armando Discépolo se advierte a cada instante, en todos los detalles de la puesta en escena, finísima y profundamente expresiva, en todos sus aspectos, con admirable sentido de la plástica y del movimiento. Dentro de la versión castellana fidelísima, Discépolo ha resultado también en ese sentido un traductor admirable de la obra y el pensamiento de Pirandello, que llegan al público con toda su belleza.... (*IV)
Armando Discépolo fue reconocido por los actores de la Comedia Nacional como un maestro. Quería que el actor hiciera exactamente lo que él buscaba de cada personaje. Los marcaba muy de cerca. Juan Jones recuerda: Discépolo marcaba absolutamente todo, el dedo, la uña, la mirada, todos los detalles.(*V) 
A todos los ensayos asistía su esposa Aída Sportelli quien participaba de todo el acontecer teatral.

El actor y director Dumas Lerena lo recuerda como un genio: Yo iba a ver los ensayos, en realidad iba a verlo a él, era un show, de pronto se oía su voz: muy bien, China, esos ojos... y no había nadie en la platea, estaba en la galería alta! Él era un histrión!

Alberto Candeau lo recordó:
Él tenía una modalidad fuerte, meridional, era riguroso para marcar los papeles era una consecuencia y un resabio de su condición nata de actor. Como director vivía e interpretaba a todos los personajes. Fue actor en su juventud aunque su verdadera vocación fue escribir, de ahí que creó los grotescos más formidables del Río de la Plata.
Era severo, exigente, indicaba con mucha claridad lo que quería, disgustándose si el actor no daba lo que pretendía. Estos lo admiraban y le temían...
Tenía expresiones muy particulares, que marcaban una sensibilidad muy especial. Así es que pedía al actor un tono azul, un tono negro, un tono gris.
Él nos explicaba que en el escenario la palabra dada por un actor o un estado de ánimo, tienen color, como la música y la paleta de un pintor. Que cuando pedía azul era un tono suave, un negro era un tono dramático, áspero. Era un perseguidor implacable del actor, lo seguía en el camarín, entre cajas, en los cafés.
Más de una vez estando en el Tupi, con nuestro grupo de amigos, después de la función nos llamaba. 
Vení, vení...cená conmigo, yo te invito.
-No, no...Don Armando, estoy con los muchachos.
-Vení, sentate aquí un segundo.
El sentarse implicaba repasar la letra o recibir una amonestación.
Era un perfeccionista que le daba a todo lo que hacía el rasgo de su personalidad, hasta un error en él era coherente, tenía el sello inconfundible de su estilo.
 (*VI)

Nelly Méndizabal recuerda el fracaso de Julio César de Shakespeare al año siguiente:
Él era bárbaro para dirigir teatro nacional, rioplatense, tampoco el elenco estaba preparado para hacer Julio Cesar...en el estreno fue horrible, Miguel Moya en un momento caía muerto y había que ponerle una corona y como no se la pudieron poner en la cabeza se la pusieron en la barriga y hubo protestas del público, Discépolo salió y se largó un discurso que yo no sabía donde meterme... dijo que él no tenía la culpa que la Comedia no tuviera un elenco adecuado para poder hacer Shakespeare. No era la culpa de él, era la culpa del elenco! Julio César fue muy mala, malísima!(*VII)

Antonio Larreta:
Discépolo era un director con mucha experiencia, trabajaba bastante con los actores en el poco tiempo (que tenían para ensayar cada obra) ...Está el caso de Julio César, él montó Julio César, fue casi una rechifla. Si estrenaban todos los viernes...cuantos ensayos podían hacer? El fracaso de Julio Cesar que fue estruendoso y y al que yo...te juro que lo arrastro como una culpa, escribí una página entera...era horrible el espectáculo, era horrible Que pasaba a mi la Comedia me habían estrenado una obra y yo quería demostrar que el hecho de que me hubieran estrenado una obra no me impedía criticar. (*VIII)

Crítica de Antonio Larreta el El País en 1949:
...Quienes con persistencia sin duda fastidiosa hemos señalado la desorientación en el criterio selectivo del repertorio del elenco oficial, quienes hemos estado una mira más alta, quienes hemos aplaudido a Pirandello y renegado de Ferdinand, quienes creemos que es por el camino más elevado y riguroso, que será también el más duro de recorrer, y no por las concesiones y la facilidad, que se ha de conquistar un público para el buen teatro, clásico o moderno, extranjero o nacional, no podemos menos que aplaudir esta tentativa, este paso valiente de la Comedia Nacional. 
Nuestro medio teatral está en una agonía que ha venido prolongándose desde hace demasiado tiempo. No se le ha de inyectar vida con una política complaciente ni de curso lento. Se corre el peligro que se muera para siempre. La audacia, si no implica la desaprensión o la inconciencia, nos parece una actitud necesaria. Es lo que están haciendo los grupos independientes. Es lo que hace ahora la Comedia Nacional al montar Julio César . Es una tarea dura, que se irá fortaleciendo con cada fracaso, pero hay que guiar a un público horriblemente dado a la vulgaridad, a la estupidez, al mal gusto y a la cursilería, por ese camino. 
Sopechamos que Julio César va a ser un doloroso fracaso de público. Sabemos ya que es un fracaso artístico. También la dirección de la Comedia debe saberlo, si no la obnubila una crítica que entiende mal su benevolencia y no controla su adjetivación. Pero antes de entrar a analizar ese fracaso, queremos dejar sentado esto: la Comedia Nacional ha hecho con Julio César una experiencia útil, necesaria, por más amargos que sean los resultados. Esa experiencia le ha de servir sin duda para una serie de constataciones, para rectificar su incierto rumbo, para ponerse a reflexionar. Es un fracaso, sí, pero ha de serle mucho más provechoso que muchos éxitos. 
Se nos podrá decir que un teatro oficial no debe experimentar con tanto riesgo. Pero en este país nuestro que carece lógicamente de tradición escénica y lamentablemente de toda escuela escénica, también un elenco, por más oficial y profesional que sea, experimenta. Y por ese experimento, si es consciente de serlo y de sus resultados, podrá ir justificando su existencia y su perduración. 
Al elegir, entre todas las obras de Shakespeare Julio César , la Comedia Nacional fue, tal vez, más imprudente que audaz. Dos consideraciones debieron pesar para hacer recaer la elección en distinta obra. Una que concernía al espectáculo en sí, y era la del elenco mismo de la Comedia; otra, que atendía a la respuesta del público. A ésta nos referiremos en primer término. 
Nuestro público tiene raro contacto con el teatro clásico. Las oportunidades que se le brindan de vez en cuando en ese sentido le dan una idea asaz deformada y empequeñecida de ese teatro. Un ejemplo cercano: el desvergonzado Vergonzoso en Palacio que presentó María Guerrero. Otro ejemplo, y éste ya shakespereano: aquel inolvidable Otelo en que Luis Arata ultrapasó todos los límites del decoro y de la conciencia artística. La experiencia in[g]ra[t]a, añade pues la prevención a los vicios más permanentes del espectador medio montevideano. 
Para iniciar a éste en un conocimiento serio del teatro clásico, que es, por otra parte, nuestra única posible tradición teatral (contra lo que puedan pensar algunos chauvinistas desesperados), conviene, evidentemente, no intimidarlo. En ese sentido, Julio César es obra demasiado desprovista de todo glamour , es demasiado austera y penosa para la pereza de ese público. 
Además, era de prever que su enorme dificultad interpretativa no sería vencida a toda satisfacción, y sería un escollo más para el éxito de la empresa. Y en esa dificultad señalamos la segundo (sic) imprudencia de la elección. Julio César exige cuatro grandes actores y un equipo capacitado de no menos de veinte actores más para sus muchas pequeñas partes, que son pequeñas tan solo por el tiempo de su intervención, pero sobre las cuales recae, muy a menudo, todo el peso de una escena, de un momento fundamental de la tragedia. 
En la producción shakespereana hay muchas obras que la Comedia Nacional pudo abordar con mayor firmeza, con más rendimiento para su esfuerzo, con mayor suficiencia y, por lo tanto, con más aceptación del público. 
Armando Discépolo fue el encargado de dirigir esta versión de Julio César . A él le debía la Comedia su más grande y alardeada reussite : el Enrique IV de Pirandello, hace un año, en el cual contó con la colaboración de Gómez Cou. Esta vez, frente a una obra de montaje mucho más complicado y monumental, reducido al elenco estable y con parecido tiempo de ensayo, su trabajo debió serle más pesado, así como su fruto no ostenta la misma sazón. 
Como mérito mayor de su versión, debemos destacar el respeto, la evidente conciencia con que se acercó al texto de Shakespeare e hizo acercar a sus actores, que conocían a la perfección su parte, y que en el desplazamiento y en el gesto, evidenciaban que nada, allí, había sido librado a la improvisación. 
Ahora bien, Discépolo no pudo llevar a sus intérpretes a un nivel correcto en todos los casos. En algunos, con un mayor ensayo lo hubiera logrado. En otros, no hubiera podido nunca. En un caso particular, el de Alberto Candeau, que interpretaba a Marco Bruto, el personaje más grande de la obra. Discépolo equivocó, a nuestro juicio, tono y carácter, ya que no es posible atribuir al actor todo el error de su trabajo. 
Y ese error de interpretación, arrastró consigo la versión. Porque al apagar al protagonista de la tragedia, al restarle fuerza y grandeza, la misma tragedia se diluyó, y esa fue una de las causas de la indiferencia del público por lo que en escena sucedía, de esa indiferencia que hacia el quinto acto, permitió a ese público reir (sic) y murmurar ante los sucesos más tremendos. No desconocemos que esa reacción fue provocada por variadas gaffes de los actores, pero si el clima de la tragedia hubiera crecido y dominado al espectador, éste no hubiera estado tan pronto a divertirse a costa de Shakespeare.
Es ante obras como Julio César , que reclaman un determinado estilo y tono en todos sus intérpretes, que el elenco de la Comedia Nacional pone de manifiesto su más grave mal: el variadísimo inconcertable origen de sus componentes. Si ante textos menores, esa profusión de maneras (y también de falta de maneras), se disimula o se disculpa, ante una materia tan delicada, tan profusa y tan admirable como es una obra de Shakespeare, no hace más que acentuarse hasta la exasperación. Hay toda clase de resabios en la dicción: el gauchesco, el del realismo rioplatense, el español y hasta el radial. Pocos (muy pocos) y en general, los más jóvenes) escapan a esa identificación. Y no va esto en desmedro de la capacidad de esos actores. El ejemplo más rotundo es Héctor Cuore. Es el mejor actor de la Comedia, pero ni su voz, ni su modalidad, le permiten llegar al teatro clásico sin hacer el triste papel que hizo en su acriollado Julio César. Y no estamos descubriendo nada nuevo. En Inglaterra, por ejemplo, se hace una indiscutida diferenciación entre el actor de repertorio moderno y el actor de repertorio clásico, y aún, entre éstos, unos se especializan en el teatro isabelino, otros en la comedia de la Restauración. No somos tan absurdos como para pretender semejante cosa entre nosotros, pero pedirle a un intérprete nuestro la acrobacia de pasar de Florencio Sánchez a William Shakespeare, es exponerlo a un mal golpe. 
Como ya dijimos, el Bruto que creó Alberto Candeau nos parece muy alejado del que siempre hemos visto vivir desde el libro. Extremó la melancolía y la reticencia, lo trabajó siempre en su perfil hamletiano, y toda la fuerza y la grandeza del persona (sic), su bravura moral, se trocó en debilidad, en desconcierto. Por momentos, sus mismas palabras lo estaban desmintiendo. ¿Dónde la serena virtud, dónde el ánimo de indomable temple de que habla a los conjurados? Ese error de concepción, compartido y aún tal vez debido a la dirección, fue acrecentado por el persistente tono elegíaco con que declamó casi toda su parte, y que le sirvió, con indiscriminación abusiva, tanto para llorar a Porcia como para pedir el manto a su criado. 
Miguel Moya acertó más su Casio, en un trabajo que hubiera sido muy correcto si hubiera evitado la dicción martillada y la declamación, a la que también sucumbió.
Pero la mejor figura del reparto fue, sin duda, Enrique Guarnero, que encarnando a Marco Antonio superó por amplio margen a sus compañeros y levantó considerablemente el nivel del espectáculo. Si no alcanzó en la arenga, toda la sutileza, toda la multiplicidad de facetas de ese trozo admirable, fue, en cambio, el único que dijo con seguro teatral su parte, con sobriedad y también con grandeza en el ademán. El fue el que acertó con el tono de la obra, y, pese a algún desfallecimiento, este Marco Antonio señala un paso importante de su carrera. 
En los papeles de responsabilidad más restringida, pudieron distinguirse Horacio Preve, que dio al incoloro Octavio una gallardía tanto más notable, cuanto que estaba ausente de casi todos sus compañeros, y García Barca, que aunque no aprovechó la riqueza del incomparable Casca, pudo lucir una buena aptitud vocal y temperamental. Los demás oscilaron entre una feliz opacidad y una lamentable insuficiencia, que en algunos de los bolos hizo a veces peligrar el espectáculo, y conspiró contra la primeras figuras (caso de Guarnero, en la arenga).
La colaboración de Martínez Serra y Lázaro en las escenografías, otras veces fructíferas, conoce en Julio César un mal momento. Salvando la habilidad de los cambios y algún cuadro logrado, como la escena II del acto IV (por el texto), nos pareció excesiva, inadecuada, confusa, sobre todo en el primer acto y en las llanuras de Filipos. La iluminación intensificó sus defectos .
 (*IX)

Por su parte en El Día se defendía el espectáculo:
Julio César da lugar a un gran espectáculo. 
Frente a este magnífico espectáculo que nos ofrece la Comedia Nacional, llevando a escena una de las más admirables y grandiosas concepciones de Shakespeare, no es posible dejar de considerar ante todo la altura y nobleza del intento, a la vez que la dimensión e intensidad del esfuerzo que ha debido imponerse para el logro de tan levantada empresa. Representar dignamente a Shakespeare en nuestro medio, carente de tradición o continuada experiencia, en los dominios del arte escénico, es proeza que parecería irrealizable y las dificultades se acrecientan en progresión geométrica al abordarse una obra que como Julio César entraña por sus características tan arduos problemas de montaje, no solo por el cambio múltiple de sus escenarios sino asimismo, por la índole de sus personajes y de los acontecimientos que en ella se desarrollan. Una obra que exige grandes actores como figuras de primer plano y enorme comparsería , que es necesario mover en escenarios monumentales a tono con la talla de tales personajes y la atmósfera en que se mueven. Una obra en suma que reclama cierta grandiosidad espectacular bien difícil de lograr como no sea en grandes y adecuados espacios abiertos. Esas características son las que sin duda han hecho que Julio César se representase fuera de Inglaterra en escasas ocasiones y casi siempre en los grandes teatros antiguos, y que sea la que vemos en Solís, la primera que se ofrece en nuestra lengua y en toda América. 
La empresa ciertamente, no podía dejar de ofrecer riesgos para un instituto como nuestra Comedia Nacional de reciente formación aunque, quemando etapas en sus tres años escasos de existencia, haya llegado a formar ya un elenco capacitado de solvencia artística digna de consideración, probada en más de un espectáculo de indudable responsabilidad. Pero apresurémonos a declararlo: puede decirse que todos los escollos las mayores dificultades han sido decorosamente salvados. La versión presentada es de una dignidad, de una seriedad y nobleza superiores a todos cálculo. La Comisión de Teatros Municipales consciente de su responsabilidad supo hallar para dirigir este espectáculo al hombre de teatro cabal, que necesitaba, posiblemente al único director del Río de la Plata, que por su talento, su cultura y su experiencia podía dar satisfacción a su propósito. 
Debemos señalar pues y aplaudir, en primer término, su acierto en la elección de la obra, que además de su grandeza y su extraordinaria belleza, merecedoras de preferencia, encierra una magnífica versión viva de historia y un sentido moral y político de inapreciable valor en nuestros días. Y por su acierto también en la elección de quien podía darle vida escénica con el respeto y la dignidad que Shakespeare reclamaba. Armando Discépolo, director, es sin duda alguna el primer triunfador, en esta nueva jornada victoriosa de nuestra Comedia Nacional. Su inteligencia y su fervor de artista, están de manifiesto en el resultado de su trabajo que nos permite gustar en todo su vuelo e intensidad emotiva y en toda su amplitud espectacular la obra del genio inglés, el más grande de los genios dramáticos que en el mundo han [sido]. Para aproximarnos a esa cumbre no se propuso Discépolo darnos una representación shakesperiana como en la época de Shakespeare, en un intento de reconstrucción del teatro isabelino que hubiera sido vano en inconducente, sólo interesante como pieza de museo en nuestros días. Tampoco lo ha guiado un propósito minucioso de reconstrucción histórica de la época de la república romana moribunda, aunque desde ese punto resulta su evocación mucho más fiel ciertamente que las ofrecidas por el propio Shakespeare en sus representaciones. Su versión de Julio César ha sido concebida y realizada con un criterio realista dentro del teatro de nuestros días poniendo de relieve las ideas y los sentimientos del autor y de sus personajes, subrayando su emoción y su lirismo, de manera que pudiesen ser sentidos y apreciados cabalmente por nuestro público actual. 
Ha tenido para ello excelentes colaboradores en la Comedia Nacional desde sus autoridades hasta los maquinistas, y ha logrado dar al elenco la unidad de tono necesario, logrando que todos los intérpretes se superasen en su labor. Antes de referirnos con más espacio y detalle a esta versión de Julio César queremos destacar ya la labor de Alberto Candeau, en Bruto, personaje principal, eje de la obra; de Enrique Guarnero, en el Marco Antonio; de Miguel Moya, en Casio; de Maruja Santullo en Porcia; de Héctor Cuore, en Julio César; de Rómulo bon, en Pindaro; de Horacio Preve, en Octavio y de Ramón Otero como más destacados entre otros también acertados que prestaron calidad a este espectáculo.
 (*X)

En 1951 cuando ya se habían integrado otros directores a la Comedia Nacional, Orestes Caviglia, Margarita Xirgu, Discépolo llevó a escena La Rondalla como homenaje al dramaturgo Víctor Pérez Petit. Se había representado por primera vez en 1908.
La crítica en general cuestionó la oportunidad de brindar ese texto al público montevideano pero resaltó el trabajo de Discépolo y del elenco:
...Armando Discépolo fue el encargado por segunda vez de resucitar estos muertos ilustres con que nos amenza todos los años La Comedia Nacional. Trató con agudeza de buscar la escapatoria en el pintoresquismo costumbrista y, al igual que en Cantos Rodados acentuó muchos rasgos con un sesgo caricaturesco que no estaba evidentemente en la intención del autor. (*XI)
...Las representaciones de La Rondalla del Dr. Víctor Pérez Petit, que vienen realizándose en el Teatro Solís por la Comedia Nacional, a pesar de cuanto reparo merezca la obra en sí, por desacorde con el espíritu de nuestros tiempos, tanto por la puerilidad del tema como en lo endeble de la construcción desde el punto de vista de la técnica teatral ha dejado en ciertos aspectos un saldo favorable. Hemos de señalar, en tal sentido, la tarea del director e intérprete Armando Discépolo, que tuvo a su cargo el primer cometido, logró pleno éxito, en cuanto era posible, para destacar valores y disimular defectos de la obra representada (*XII)
...También merecieron aquella noche y en las representaciones sucesivas el aplauso entusiasta del público los intérpretes que cumplieron con este espectáculo una prueba puede decirse de fuego, con excelente rendimiento general, bajo la dirección inteligente y experta de Armando Discépolo, cuyo tacto se hizo presente en todo momento.... (*XIII)

En 1967 se le realizó un homenaje que colmó de espectadores el Teatro Solís y en 1969 fue invitado a dirigir la Comedia Nacional por última vez. Puso en escena un sainete, Los Disfrazados de Carlos M Pacheco, su obra Babilonia y otro Pirandello: Seis personajes en busca de un autor.
Cuando el actor Alberto Candeau lo visitó en 1971 en Buenos Aires poco antes de su muerte, Discépolo pidió que no lo olvidaran:¡hablen de mi! (*XIV)


Obras dirigidas por Armando Discépolo en la Comedia Nacional

 
1948Enrique IV de Luigi Pirandello
 
El momento de tu vida de William Saroyan
 
1949Julio César de William Shakespeare
 
Locos de Verano Gregorio de la Ferrere
 
1950Cantos rodados de Francisco Imhof
 
El inspector Nicolás Vasilievich Gogol
 
Aguas turbias de Leopoldo Benitez Vinueza
 
1951La Rondalla de Víctor Pérez Petit
 
Las Voces de adentro de Eduardo de Filippo
 
1952La última puerta de Ernesto Pinto
 
Esta noche se recita improvisando de Luigi Pirandello
 
1969Los disfrazados de Carlos M. Pacheco
 
Babilonia de su autoría
 
Seis personajes en busca de un autor de Luigi Pirandello
 

 

NOTAS

(*I) Comisión de Teatros Municipales, Acta nº4, 21 de febrero de 1948

(*II) Pignataro Calero, Jorge-Carbajal, María Rosa, Diccionario del Teatro Uruguayo, Cal y Canto, 2001, pag73

(*III) El Día, 9 de julio de 1948, pag 9 (relevado por David Telias)

(*IV) El Día, 16 de julio de 1948, pag 9 (relevado por David Telias)

(*V) Declaraciones de Juan Jones a la autora el 25 de setiembre de 2004

(*VI) Candeau, Alberto, Cada noche es un estreno, Acali, 1980, Tomo I, pag 127 y 128

(*VII) Entrevista realizada por la autora el 29 de julio de 2004

(*VIII) Declaraciones de Antonio Larreta a la autora el 24 de agosto de 2004.

(*IX) El País, 4 de junio de 1949, pag 7 y 9. (relevado por David Telias)

(*X) El Día, 3 de julio de 1949, pag 10. (relevado por David Telias)

(*XI) El País, 13 de mayo de 1954, pag 4 (relevado por David Telias)



(*XII) El Plata, 14 de mayo de 1951, pag 7 (relevado por David Telias)

(*XIII) El Día, 23 de mayo de 1951, pag. 9 (relevado por David Telias)


(*XIV) Citado por Pignataro, Jorge, Directores teatrales del Uruguay, Proyección, 1994, pag 200

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